16 de octubre de 2011

Regreso al Pasado: The New Zealand Story.

En esta nueva entrega de Regreso al Pasado nos centramos en The New Zealand Story, uno de esos videojuegos nacidos en el terreno arcade que, aunque no acabaron generando una saga o franquicia, se convirtieron en experiencias inolvidables para todo aquel que pudo probarlos.

Entrar por primera vez en cualquiera de los añorados e inolvidables templos del ocio interactivo llamados salones recreativos suponía todo un shock para el jugón neófito, el cual hasta entonces únicamente había experimentado los videojuegos bien en la seguridad de su hogar por medio de los ordenadores y videoconsolas o bien en algún rincón de bar o restaurante, esto último mediante recreativas aisladas puestas ahí por los dueños de los locales para que la chavalería se entretuviera mientras sus padres tomaban o comían algo en mesas cercanas. Aquella primera impresión producida al vernos rodeados de máquinas en la mayoría de los casos más altas que nosotros mismos era algo que dejaba nuestros ojos abiertos como platos mientras las pupilas se movían espasmódicamente de un lado a otro sin saber muy bien dónde detenerse. Además aquel subidón no era solo experimentado a nivel visual, ya que a nuestros oídos llegaba un batiburrillo sonoro en 360º (ríase usted del “sonido envolvente” producido por los altavoces y auriculares más punteros de la actualidad) generado por decenas de videojuegos reverberando al unísono, mezclados con los improperios de los jugones que machacaban botones y movían palancas, las expresiones de los que aguardaban su turno y los gritos ocasionales proferidos por el encargado de gestionar el local para llamar al orden a aquellos que sacudían los muebles con demasiado énfasis cuando perdían una vida.

Todo ello generaba una disonancia sin sentido difícilmente soportable para la mayoría de los mortales, pero que en el interior de nuestros tímpanos se convertía en un éxtasis melódico similar al que experimentaríamos si la London Symphony Orchestra tocara para nosotros con el gran John Williams a la batuta. A partir de ese momento quedábamos irremediablemente atrapados por el “arcade way of life”, sin duda la mayor expresión existente de nuestro entretenimiento favorito que podíamos llegar a experimentar a lo largo de las mágicas décadas de los 80 y 90. Los salones recreativos se tornaban en lugares en ocasiones peligrosos, dado que mucha de la gente que allí se reunía era como poco conflictiva, pero con el tiempo uno aprendía a identificar y sortear tales obstáculos, para que así nuestras monedas acabaran en el interior de las recreativas en lugar de en los bolsillos del matón de turno. Aun así el riesgo estaba ahí, pero era un precio que merecía la pena pagar con tal de vernos y sentirnos rodeados de arcades, pinballs y futbolines. En ningún otro rincón del planeta existía un sitio donde el jugón se sintiera más cómodo, e incluso nuestras consolas y ordenadores domésticos pasaban a un segundo plano en nuestras lúdicas preferencias tras saborear las sensaciones generadas por un salón recreativo.



Uno de los muchos atributos de los salones recreativos era la gran cantidad de oferta jugable que albergaban. Por supuesto todo dependía del tamaño del local, pero generalmente en ellos solían agolparse los espectaculares muebles dedicados, generalmente centrados en los géneros de la conducción o el shooter sobre raíles, y que ofrecían un gran espectáculo visual al emular el aspecto de veloces deportivos o la cabina de mortíferos cazas supersónicos. Luego estaban las alargadas máquinas dotadas de cuatro sticks que, permitiendo un número idéntico de participantes simultáneos, eran el equivalente de aquellos tiempos al multijugador de hoy en día. Dichos muebles solían albergar en su interior lo más granado de los beat ’em up de la época, ya fueran las Tortugas Ninja (Konami, 1989), Los Simpson (Konami, 1991), Captain Commando (Capcom, 1991) o tantos otros. Y ya por último, y no por ello menos importante, estaban los muebles de carácter general, dotados en su mayoría de dos sticks y un juego de tres botones por participante, los cuales veían constantes cambios del título que albergaban gracias a la facilidad que brindaban al dueño del local a la hora de cambiar la placa oculta en sus entrañas.

En estos muebles generalistas era donde solía darse cabida a los juegos de lucha versus que proliferaron en gran número tras el apabullante éxito de Street Fighter II (Capcom, 1991), aunque también eran el soporte ideal para muchos otros géneros. Uno de los más extendidos era el de las plataformas, que en el terreno arcade ofrecía sensaciones más intimistas y contenidas que lo que solía verse en la parcela doméstica con títulos del calibre de Super Mario Bros. (NES, 1985). Así, en salones recreativos eran mucho más comunes los videojuegos cuya acción transcurría por medio de una sucesión de pantallas estáticas en detrimento del scroll lateral que solía ser santo y seña de los títulos protagonizados por Mario y todos los que seguían sus pasos (o más bien sus saltos). Ahí teníamos juegos arcade del calibre del inmortal Bubble Bobble (Taito, 1986), Pang (Mitchell, 1989), Tumblepop (Data East, 1991), Snow Bros. (Toaplan, 1990), Rod Land (Jaleco, 1990) y tantos otros. Pero por supuesto las plataformas con scroll también existían en el terreno arcade, y es precisamente Taito, la desarrolladora del mencionado Bubble Bobble, la que acabó creando uno de los juegos más emblemáticos dentro de la mencionada disciplina.

 The New Zealand Story llegó en 1988 para convertirse en uno de los títulos favoritos de todo aquel que tuvo la fortuna de jugarlo en su momento. Aunque no cosechó el éxito suficiente como para generar una franquicia, sí se convirtió en un juego de culto prácticamente desde su nacimiento, generando conversiones destinadas a todas las plataformas habidas y por haber de la época, mientras en años posteriores acabó apareciendo en packs recopilatorios para sistemas contemporáneos e incluso generó un notable remake para Nintendo DS de compra obligada para cualquier usuario poseedor de la mencionada portátil. En definitiva, estamos ante todo un señor juegazo merecedor de contar con un RaP para él solito, así que pongamos nuestro viejo y fiel DeLorean en marcha y encaminémonos hasta los años finales de la inolvidable e irrepetible década de los 80.